Junto a colegas de la oficina visitamos el restobar ubicado en la terraza para celebrar un cumpleaños. El objetivo era poder conversar tranquilos, contar anécdotas. Por lo anterior, solicitamos al garzón que nos atendió poder bajar la música electrónica que sonaba en el lugar a muy alto volumen, al parecer, por gusto de los garzones quienes disfrutaban de esta música estridente. Lo pedimos tres veces y no la bajaron. De hecho, la última vez el garzón se acercó al parlante e hizo una suerte de mimica, pero no bajó el volumen. No le importó. Por ello, muy difícil que vuelva a este lugar, pues la empatía fue cero.
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